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Y tocaba de esta forma rara casi divertida. A veces se paseaba por mi cabeza sonriente de cómo sabía tocar las cosas porque era tan consiente de su poder que no podía evitar sonreír. El mundo siempre había sido un lugar medio gris, y aunque se sobrevivía bastante bien, eran pocos los que tenían este don. En el cielo había 7 lunas y cada raza de la tierra estaba identificada con una, todas las razas excepto una. Cada uno de estos satélites ejercían una influencia fuerte en los nacidos bajo su luz, y cuando se acercaban dones milagrosos afloraban en ellos. Había un sin fin de dones, desde aquellos con la belleza exuberante que era capaz de doblegarlo todo, hasta instintos asesinos y cazadores que les permitían sobrevivir con más facilidad que los otros, devorar a los otros si era necesario y no había competencia. Había pocos nacidos bajo la influencia de ninguna luna y era su falta de definición lo que los definía esencialmente, aún así, la falta de influencia por ninguna luna los hacía extrañamente sensibles, porque eran capaces de mantener un estado de conciencia constante que no variaba como el de los demás. Ellos eran los observadores.

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